…
Seguir leyendoHace poco se murió mi pez… y pues nada, vienen esos pensamientos de que la vida es efímera y pues sí.
Su nombre era “Memo” (mamá se lo puso porque “Nemo” era too mainstream), un pez beta de color azul, que desde cierta perspectiva podía verse verde y turquesa.
Ese pez nunca hizo nada por el mundo y aún así lo voy a recordar siempre, creo que sí tenía emociones y que se alegraba un poco al verme… quizá sólo porque yo lo alimentaba pero me “hacía fiesta”.
En una ocasión anterior también estuvo a punto de morir, en ese entonces no lo cuidaba tanto y me sentí muy culpable, pero se salvó, le compré una comida de mejor calidad y quité una planta que definitivamente no era para pecera ya que tenía algunas puntas que, desde mi perspectiva, le hicieron daño.
Esa comida prometía mucho, mejora de color, muy nutritiva y toda la cosa; le gustaba, muchas veces se la comía apenas tocaba el agua, otras, cuando le llamaba para que subiera a comer a la superficie.
Cambiarle el agua era algo traumático para él… y también para mi, saltaba y se ponía como loco, quizá nunca pudo acostumbrarse a eso. Un mal día mientras cambiaba su agua, se quebró su pecera, de figura esférica, no resistió el peso del agua y pues salí disparado a comprar otra, la nueva casa tenía forma de letra D y con nuevas piedritas, una imagen de fondo del oceano, una planta especial para pecera, pareció gustarle.
Quizá se reflejaba en algunos de los cristales decorativos que había en el fondo porque había momentos en los que parecía perdido en ellos, como si de un narcisista se tratara.
Lo enterré en un pequeño agujero uno tan pequeño que, mientras cavaba, mi vecino me preguntó: “¿Que vas a plantar?”. Después dejé caer su pequeño cuerpo ahí, en la tierra y lo despedí mientras lo cubría con tierra.
Vivió con nosotros algo más de 1 año, pero todo tiene un fin, y aunque hasta ahora no sé por que murió, al menos me alegro de que no murió como el pez de mi sobrinito…